Con la promesa de una vida mejor, el Ejército Imperial Japonés empezó a reclutar mujeres, principalmente chinas y coreanas, prometiéndoles trabajo y bienestar, para convertirlas más tarde en esclavas sexuales, algo que alcanzó cotas inimaginables durante la Segunda Guerra Mundial. La mayoría murió en sórdidos prostíbulos tras sufrir todo tipo de vejaciones a manos de sus secuestradores o víctimas del suicidio para evitar tanto dolor.
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